El aumento de la desigualdad es ahora un problema importante no sólo en los países en desarrollo y en las regiones con altos niveles de desigualdad, como América Latina, sino que también es un problema fundamental en las sociedades industriales avanzadas. La crisis financiera de 2008 nos forzó a repensar y revivir el interés en la evolución de los desequilibrios del mercado y cómo y por qué son recurrentes, lo que ha llevado a numerosos trabajos históricos de economistas que abarcan hasta un siglo o más de experiencia.

Además, el surgimiento de China como potencia económica mundial ha desafiado nuestras percepciones sobre cómo se relacionó Occidente con el resto del mundo y si el capitalismo necesita un sistema democrático para funcionar. Entonces cabe preguntarse, si las instituciones que conducen al crecimiento económico pueden ser replicadas en cualquier sistema político o social, o son exclusivas de cada sistema.

De tal modo, los aportes de los historiadores en estos debates son cruciales si tomamos en cuenta una tendencia señalada por Stephen Ruggles y remarcada por Klein: “los científicos sociales analizan datos históricos sin comprender el contexto del tiempo y el lugar en el que se generaron los datos, y sin interrogar los motivos y prejuicios de sus creadores”.