En estos capítulos, la autora Katrine Marcal pone en evidencia un problema que afecta a la sociedad: la invisibilización de la mujer en el mundo de la economía. Para ello, Marcal nombra cada uno de los puntos que hacen posible esta invisibilización, partiendo del mismo Adam Smith y el concepto que se tenía de la mujer, hasta las teorías de los economistas y su visión del funcionamiento económico.
El argumento central se ocupa de la importancia de la mujer en la economía.
Adam Smith consideraba que el libre mercado era la mejor manera de crear una economía eficaz, puesto que al eliminar los aranceles y las regulaciones, la economía marcharía en orden, ya que el interés propio de cada uno de los individuos haría que toda la población pueda tener acceso a los bienes que necesita puesto que los individuos realizan su trabajo para ganar dinero y obtener beneficios, dando como resultado una sociedad cohesionada.
Sin embargo, como señala la autora, Smith pasó por alto el rol y el papel de las mujeres. Las mujeres relegadas a las labores domésticas en el tiempo de Smith, no eran consideradas como un aporte a la economía o al crecimiento económico. No obstante, las mujeres, ya sean esposas, madres o hermanas, se dedicaban al cuidado de los niños, la limpieza, el lavado de la ropa, etc., constituyéndose como actividades fundamentales para el desarrollo de los individuos interesados. Sin embargo, como este tipo de actividades no crean bienes tangibles que se puedan comprar, intercambiar o vender, se entendía que “no contribuyen a la prosperidad social”.
El problema radica en que las labores domésticas que realizan las mujeres no son fueron tomadas en cuenta en la magnitud del PIB, por la cual medimos la actividad económica total de un país. Su actividad, en pocas palabras, pasaba desapercibida para el mercado y la competencia.
Los economistas no le dan valor a los sentimientos, al diálogo, que además puede ayudar a solucionar los problemas de escasez y desgracia. Los hombres de aquellos tiempos estaban aislados, eran incapaces de interactuar entre sí, incapaces de otra forma que no fuera a través del comercio y la competencia. La teorías económicas estándar se encargaron de convencernos que los sentimientos, la compasión y la solidaridad no tienen cabida en el mundo económico. Ahora sabemos que no es así.